Todos hemos visto el modo maestría en acción: un taquero sonriendo y lanzando piña a los tacos al pastor, un músico que improvisa como si estuviera platicando con las notas, un atleta que hace parecer fácil una hazaña increíble.
La maestría se reconoce porque nos deja con esa mezcla de envidia y gratitud: “¡qué bárbaro, yo quiero hacer eso… pero qué bonito que alguien ya lo hace tan bien!”
En facilitación pasa lo mismo. Llega un punto en el que las sesiones son buenas, incluso muy buenas. El grupo participa, se ríe, se lleva post-its y selfies. Pero adentro sabemos que algo falta:
❌ Las conversaciones se quedan en “profundas pero no transformadoras”.
❌ Las decisiones se toman, pero al lunes siguiente se derriten como nieve en café caliente.
❌ El diseño está bien armado, pero el sistema sigue igual de rígido que antes.
Ese “faltante” se llama maestría.
La paradoja de la maestría
Spoiler: no se compra en Amazon ni en Mercado Libre (tampoco en Temu). No aparece después de diez dinámicas más en tu repertorio, ni luego de otra certificación. La maestría va más allá:
- Leer al grupo y escuchar lo que no se dijo.
- Confiar en el proceso… más que en la planeación.
- Soltar el control sin soltar el grupo.
En mis últimas charlas con Martijn Nas (con quien estaré en Portugal en el Journey to Mastery para facilitadores), nos reímos porque la maestría nunca llega con diploma. No hay un certificado que diga “usted ya es maestro, felicidades, recoja su capa y su varita”. Es más bien un viaje constante, con momentos de satori donde todo fluye… y luego regresamos a la realidad, al Excel, a la junta que empieza tarde.
Cuando hay maestría, se siente
- El grupo respira distinto: más seguro, más presente, más conectado.
- Las conversaciones se convierten en compromisos que permanecen.
- Nosotros disfrutamos tanto como ellos, porque el trabajo se vuelve ligero, aunque el tema sea pesado.
La maestría no es perfección. Es humanidad en versión extendida.
El dato nerd del día
📊 Según un estudio de Harvard Business Review, los equipos guiados por facilitadores experimentados y con “presencia maestra” alcanzan hasta 30 % más probabilidad de sostener cambios en el tiempo, en comparación con los guiados solo con técnicas. Dicho de otra forma: la diferencia entre un buen proceso y un proceso transformador suele estar en la maestría del facilitador, no en el PowerPoint.
Y ahora qué
Tal vez la pregunta no es “¿ya llegué a la maestría?”, sino “¿qué hago para invitarla más seguido a mis sesiones?”.
Cada facilitador tiene su propio camino. El mío mezcla LEGO, historias, coaching y PNL, también Kung Fu y a los Scouts… y un montón de equipos que me sorprenden cada semana. De lo que estoy seguro es que la maestría aparece más cuando suelto el control que cuando intento tener todas las piezas perfectas.
Así que te dejo dos preguntas, para acompañar tu café o tu próxima junta:
👉 ¿Cuándo fue la última vez que sentiste ese instante de arte en tu trabajo?
👉 ¿Qué puedes hacer para invitarlo de nuevo?
Porque al final, la maestría no es sobre nosotros… es sobre abrir espacios para que otros brillen, es poner el arte de nuestro oficio al servicio de los demás.
(Si todo esto resuena contigo y quieres explorar tu propio camino a la maestría con Martijn Nas y conmigo en Portugal este noviembre: por favor no dudes en contactarme shl@sergiohledward.com)